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Apartamento de Toto en los Pinos, 8 meses antes del reencuentro
Me levanto, enciendo un
cigarrillo, agarro la botella all natural y miro hacia su habitación. Las
cortinas azules de su cuarto están cerradas, todas las luces apagadas, excepto
la del baño. Desde la ventana de su cocina, la sala se ve desierta. La madrugada
está fría, sólo el pasar de algunos vehículos y lejanos ladridos se suman al
escenario. Me pregunto si la morochita tuca estará en vigilia. Un perchero
plástico con pinzas donde colgaba sus interiores ahora se suspende sin prendas
desde su ventana.
Empujo el letrero que lleva
a mi cuarto. No quiero leer nada ahora. Duermo, despierto asustado de un mal
sueño. Todavía tengo los ojos de Jennifer en mi cabeza, recuerdo a la Negra y
me pregunto si las personas podemos reencarnar en animales, para buscar afecto
en los que en vida amamos. La ridiculez y cursilería de esa idea me conforta,
pero no es suficiente como para quitarme la mirada quebrada de Jennifer de la
mente. Siento culpa y por primera vez en 8 años, lloro por el alma de “mi gorda”
y el bebé que nunca tuvimos. Me siento extraño y fuera de lugar, sin embargo
siento que es necesario. Intento dormir de nuevo, pero despierto hora y media
después producto de otra pesadilla. Me levanto, enciendo un cigarrillo, agarro
la botella all natural y miro hacia su habitación. Las cortinas azules siguen
cerradas.
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