Los
viejitos moderfoquer y la morena voluptuosa.
(Condominios familiares de los pinos, norte de Guayaquil)
Una
vez fuera del bloque, nos dirigimos a la tienda/papelería/cerrajería de los
viejitos: LA VOLUNTAD DE DIOS, cada vez que Toto menciona el nombre del local
de los ancianos, añade que no le genera confianza la idea que ese nombre
manifiesta. Típico chiste ateo.
Un
terreno baldío de 60 metros donde debería estar otro condominio familiar, pero
que cumple la función de parqueadero es lo único que nos separa de la despensa.
A pocos metros de nuestro destino se percibe el
penetrante amoniaco de la orina concentrada de 12 gatos, mascotas de los
ancianos. Algunos dormían encima de los estantes que protegen los productos de
consumo diario, otros eran bolas de pelos estáticas a los pies del anciano, proyectando
ese aspecto de adornos que los gatos saben transmitir.
Don
Enrique, sentado junto a una fotocopiadora revisaba en contraluz una hoja,
asegurándose de que la reproducción esté clara, del otro lado de la reja que
nos separaba del anciano, una muchacha alta y morena contaba los segundos con
su pie derecho, mientras le rascaba la barbilla a una minina anaranjada y gorda
que bajó de la cima del anaquel de fideos para saludarla. Después de escanear
el cuerpo de la voluptuosa joven, mi pana y yo nos miramos y en un gesto
aprobatorio convenimos que la muchacha estaba como para que pague piso. Acto
seguido Toto, saludó al anciano.
— Hi.
Don
Enrique enfocó inmediatamente su atención hacia donde nosotros estábamos. En
una expresión de la más sincera cordialidad, como quien se encuentra con un
amigo de años, el anciano respondió:
— Hi, buddy, How are you… Aquí
tiene— dijo y acercó la página hacia la muchacha agraciada que esperaba quién
sabe desde hace cuantos minutos su fotocopia, acto seguido, nos vio con una
extrañeza total y dejó de medir el tiempo con su pie, la gata seguía ronroneado
del gusto. Don Enrique continuo:
— How can I help u?
— I want 8 beers, a full pack of cigarettes and a big
bag of snacks— Respondió Toto con acento forzado y preguntó por la perra de los
ancianos— Wheres the dog?— El anciano se encogió de
hombros, hechó abajo la sonrisa inicial y musitó:
— Negra,
passed away last nigth— Al enterarse que la perra murió la noche anterior, con
un tono sinceramente penoso Tomás respondió:
— That`s
a shame…(que en realidad sonó como masachein)
Después
de escuchar el lamento de Toto inmediatamente recordé que algunos sociópatas
los enternecen los animales y los niños pequeños.
Para
el anciano el sentimiento lastimero por el animal fue mutuo e inquirió con gran
preocupación:
— Are
you okey?
— Im fine, thanks, im here with my friend, u remember
him?
— Sot
of— El anciano me miró cómo quien tiene la respuesta a una pregunta en la punta
de la lengua pero no está seguro de que sea la correcta. Entonces intervine.
— im
Camilo, Don Enrique—
— ¿Camilo?
No, I dont remember…— La chica nos brindó una mueca burlona disfrazada de
sonrisa de la cual esbozó un “Bye” (pero hay grandes probabilidades de que para
ella, bye se escribe bay) y desapareció de la escena con su copia en mano, la
gata gorda maulló.
Realmente
me sentí el rey de la pretensión tratando de hablar en inglés con el viejo,
pero, aquí va la razón de tan ridícula circunstancia:
Los
viejitos eran una pareja de ancianos que desde nuestros tiempos de colegio
atendían una tienda propia en el bloque vecino al de Toto. Esos viejitos, o
como los bautizó Toto, los Viejitos Moderfoquer, siempre nos han proveído de
cigarrillos, comida chatarra y trago. Ahora, el señor, que es oriundo de Costa
Rica y habla inglés, está un poco senil, y desde hace año y medio, según lo que
me contó mi pana, el anciano empezó a no reconocerlo y esto alargaba la espera
al momento de comprar algo en la tienda, especialmente cuando había tres o más
personas a la vez. Ante esa situación Toto, empezó a hablarle en inglés para
que lo reconozca de inmediato y lo atienda antes que al resto. Yo le hablé en
inglés porque quería impresionar a la morena voluptuosa. Ante esa afirmación
Toto arrugó el rostro y no le pareció (de nuevo dijo: I dont think so…) que
“morena voluptuosa” era un buen apodo para la chica. Cuando subíamos, Tomás dio
respuestas a todas mis inquietudes sobre ella. Reside en el tercer piso del
bloque de los Viejitos Moderfoquer, tiene la costumbre de colgar sus interiores
en las rejas de su ventana y comparte el piso con una joven adulta a la que
fácilmente se la podría identificar como su hermana.
Regresamos
al apartamento con las cervezas, frituras para picar y los infaltables
cigarrillos. Mientras destapábamos las botellas y vaciábamos parte la funda
gigante de papas rizadas en un plato con el atún, le conté que el Gordo Johnny,
ya no era gordo, al contrario, ahora le dicen el Johnny Sins criollo, porque se
parece al actor. (Sus compañeros fiesteros de la universidad, yo también le
digo así porque concuerda con las 3 primeras letras de su apellido, cuando jode
mucho le digo virolo, no lo es, pero suena más insultante que miope) Poco
después de que se enemistó con Toto, hace como seis años atrás, continuó su
dieta y nunca dejó de trotar en el redondel que divide varias etapas de los
Pinos, incluida esta. Posteriormente regresó a estudiar Administración en la
Estatal (Allí conoció a su ex esposa) e ingresó en terapia psicológica
aprovechando los bajos costos del hospital universitario, donde fue atendido
por practicantes de la Facultad de Psicología. Sin embargo, sólo asistió a 3
sesiones, en las cuales expuso temas de su vida que sé hasta el cansancio.
Trabaja como distribuidor de implementos de oficina para la empresa de sus
padres. Cuando salimos del colegio, con fondos familiares, puso una tienda
musical en Plaza Mayor, pero, el negocio se vino a menos en un par de años.
Actualmente está dedicado a las drogas y es un mujeriego de proporciones
mediocres.
Mientras
engullíamos las papas rizadas y las hacíamos pasar con la cerveza, le comenté
que desde la primera vez que lo vi con una chola riquísima, sentí envidia. Ese tipo de envidia
en la que provoca matar al tipo, pegarle a la tipa y después violarla. A partir
de esa vez no sé cuantas veces lo he matado por envidia. Johnny, es mi pana
desde la adolescencia y lo aprecio mucho. Pero es la clase de persona que sin
querer le restriega las propias frustraciones a uno en la cara. Todo el mundo
tiene a alguien así en su vida, estoy
mortalmente convencido de eso.
Tomás,
mostró interés por la vida actual de Johnny, y de una u otra forma se alegraba
su éxito con las mujeres porque cuando estábamos en el colegio el Gordo no olía
chepa ni de chiste, peor de broma. Para intensificar el sufrimiento del Gordo,
el acné le destrozó la cara, especialmente la nariz, le nacían unos forúnculos
de dimensiones mutantes y para colmo de males le tocaba ver como Toto se
enganchaba justamente las muchachitas de las cuales él se enamoraba.
Después
de servir la segunda tanda de cebadas, Toto mencionó las sanguijuelas de grasa.
Johnny
vivía, en ese entonces, asqueado de sí mismo; un tema recurrente era sus rollos
abdominales, se los frotaba en público y decía: “Oe, se me ocurrieron las
sanguijuelas de grasa. ¿Jamas?, sanguijuelas que en vez de chupar sangre,
chupen grasa. ¡Qué lipoescultura ni la verga!
El problema con las sanguijuelas de grasa es que a la mayoría de las
personas les daría asco. Y sinceramente a mi también. Pero por eso no dejan de
tener ser bacanes. Ponte pilas. Van a una farmacia y compran una sanguijuela de
grasa. El empleado va y saca una del contenedor donde están las otras, la pone
en una cajita transparente y se las entrega. Así de fácil. Como comprar un
hámster. Ahora tienen una mascota que los hace lucir bien, literalmente”
Y en
verdad me parecía una idea un tanto irreal pero tenía su mérito de creatividad.
Sin embargo, el Gordo en vez de quedar como genio imaginativo daba la impresión
de estar muy perturbado. Tomás y yo permanentemente le recalcábamos que no
hable de eso con las chicas, porque las asustaba, pero Johnny se ensimismaba en
su porquería. Bueno, hasta el incidente de la fiesta de navidad, cuando Johnny
y Toto se enemistaron, y a partir de eso el Gordo Johnny cambió. No
inmediatamente, pero esa fue la antesala de su actual estilo de vida. Johnny
ahora vive literalmente en una película porno de bajo presupuesto.
Sins
tenía la costumbre de ridiculizarnos delante de gente desconocida. Aún le gusta
sacar a luz pública los asuntos privados de la gente que conoce. Ahora lo hace
a espaldas de uno.
Tomás
tuvo una novia, ella se preñó y meses después abortó el feto, a petición de
Toto. La cosa fue, que en la fiesta navideña, además de los padres del flaco,
había dos peladas, compañeras de la universidad de Johnny, a las que él les
tenía hambre. Pero como el gordo no sabía moverse, se hizo el loco y las chicas
terminaron bailando y por ende bacilando con Toto y yo.
Entonces
Johnny comenzó a decirnos que éramos unos serrucha piso,
según él en broma; cuando todos sabemos que ese tipo de bromas son una forma
indirecta de decir lo que realmente uno siente. Poquito a poco, el gordo
mandaba las indirectas, primero la gente se reía; después de la quinta broma ya
nadie se rió. Entonces Tomás (supongo que cabreado de tanta huevada) le dijo la
plena: que porqué se quejaba tanto, si bien él también pudo vacilar
tranquilamente; y allí fue cuando todo se vino abajo. El gordo le dijo a Toto:
“Yaf, para qué voy a vacilar con una de esas peladas; para después embarazarla
y terminar siendo un asesino como tú”
Los
padres de Toto hasta ese momento no sabían del aborto, Tomás de ahí en adelante
simplemente lo hizo a un lado. Dejó de reunirse con él, atenderle llamadas o
recibirlo en el depar.
Hasta
el día de hoy.
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